“La fe católica cree en María pues se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo” (Catecismo de la Iglesia Católica)
Desde el anuncio de la salvación descrita en el protoevangelio (Gn 3, 15), se evidencia la “cooperación” de la creatura para este propósito y se vale de la mujer que Dios mismo escogió para ser la Madre su Hijo, una hija de Israel a “una virgen desposada con un nombre llamado José, de la Casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc 1, 26-27).
Y se habla de cooperación, porque pide consentimiento por medio de su ángel, sin el consentimiento de la creatura, sin el “Fiat” (hágase en Mi…) no hubiese podido hacer efectiva la economía de la salvación. Ya mencionaba en otros apartes la “preparación” o predestinación de la creatura, de María, para el nacimiento del Ungido de Yavhe, desde Eva, pasando por Sara, Ana, Débora, Ruth, Judith y Esther, hasta la misma Isabel se configura el deseo de Dios de hacer con su creatura, lo que tenía preparado. Al punto que San Ireneo establece: “Por su obediencia fue causa de la salvación propia de todo el género humano”
Para ser la Madre de Dios, María tuvo que ser dotada por Él mismo con dones a la medida de una misión tan importante. Es así como el Angel la saluda con ese: “Gratia Plena”, que le hizo aceptar de inmediato la vocación para la cual fue llamada, al mismo tiempo, es tan “llena de Gracia” al punto de poder ser Preservada inmune toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio del Omnipotente (Cf Pio IX, Declaración del Dogma de la Inmaculada Concepción. 1854.) Fue dotada, por tanto de una “resplandeciente santidad del todo singular” dado que será el habitáculo del Mismo Señor, a quien se le debe tener un lugar limpio y apropiado… Limpio de pecado y de perturbación. Esta Santidad del todo singular es reconocida también por la tradición oriental en su “Panaghia” (Toda santa). Es así como, si ha permanecido sin pecado personal durante toda su vida, se debe a una gracia sin igual producto de su misma limpieza antes del nacimiento, pues así como la semilla germina y da fruto de una especie determinada… al no haber semilla de pecado, no surgió fruto de pecado alguno.
Al ser María, Madre de Jesús, y Jesús Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Trinidad, la Iglesia ha confesado en que María es la Theotokos (Madre de Dios). Al Jesús tener la doble naturaleza (Divina y Humana), de forma hipostática hace partícipe también a su madre, al punto que el niño que habita en su vientre y desde el mismo momento de la concepción no deja nunca ser Dios, y se “encarna” en humano de una forma simultánea, por lo que , al ser Madre del Hombre que está gestando y al estar éste dotado de la doble naturaleza, se hace Madre de Dios. Así, como dice de Friaul “La Naturaleza Humana que ha tomado (Jesús) no le ha alejado jamás de su Padre…consubstancial con su Padre en la divinidad, consubstancial con su Madre en nuestra humanidad, pero propiamente Hijo de Dios en sus dos Naturalezas” Jesús fue concebido por Obra del Espíritu Santo, porque Él es el “nuevo Adán” (1 Co 15, 47).
Es así como San Atanasio en la Carta a Epícteto dice: “Gabriel había ya predicho la concepción con palabras muy precisas; no dijo en efecto: “lo que nacerá de ti”, como si se tratara de algo extrínseco, sino “de ti”, para indicar que el fruto de esta concepción procedía de María” es así como se establece efectivamente que Jesús es Hijo de María, y al ser el mismo Jesús Dios, María es “madre de Dios”. Es así pues que: “Cuando el verbo se encarnó, continuó siendo siempre la Trinidad, sin admitir aumento o disminución; ella (la trinidad) continúa siendo perfecta y debe confesarse como un solo Dios en Trinidad, como lo confiesa la iglesia al proclamar al Dios único, Padre del Verbo” (San Atanasio en Carta a Epícteto.
Para elegir a su madre, tuvo Dios que caracterizarla y dar la ruta, por medio de las Santas Mujeres del Antiguo testamento, de cómo haría su actuación. Es por eso que eligió una virgen por el poder del Espíritu Santo, es decir, fue concebido “sin Semilla de Varón” (absque semine ex Spíritu Sancto”. Los relatos evangélicos relatan la concepción de Jesús como algo que “sobrepasa toda la comprensión y espirtualidad humana” (Lc 1, 34). La iglesia ha confesado la virginidad real y perpetua de María incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre. En efecto, la Iglesia desde los primeros tiempos la ha llamado “Aeiparthenos” (Siempre Virgen). Al punto que la Liturgia Bizantina, en el tropario de la fiesta de la Dormición (15 de agosto) establece:
“En el parto te conservaste Virgen, en tu tránsito no desamparaste al mundo, Oh Madre de Dios. Te trasladaste a la vida porque eres madre de La vida, y con tu intercesión salvas de la muerte nuestras almas”
Es así que el papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella. Esta unión de la madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte.
Entonces, desde el sí dado por la fe en la anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos de su hijo. Jesús es el único mediador, él es el camino de nuestra oración, María su madre es pura transparencia de él.
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